jueves, 2 de enero de 2014

Perseguidos Por El Diablo


Los vi corriendo despavoridos hacia mí; estampado en la cara un rictus de desesperación y terror. Era una pequeña tribu apache de hombres y mujeres harapientos y despeinados, sudando copiosamente como jabalíes correteados por despiadados cazadores. Jadeaban y resollaban lastimosamente con los ojos vidriosos inyectados de sangre y la espuma escurriendo por sus bocas que dejaban en claro que hacían un esfuerzo sobrehumano en su huida. Me aposté detrás de un viejo auto tuerto de un faro y tan deslavado como mi alma. Con morbo y temor esperé para ver al diablo que los perseguía. Velozmente pasaron todos de largo navajeando con la suela de sus zapatos el borde de la banqueta; mujeres, viejos y niños al final, dejando tras de sí el aroma del esfuerzo y del trabajo. Se fueron y el diablo nunca llegó.

Era el 31 de diciembre de 2012 y bajo un oscuro cielo sin estrellas presenciaba en mi ciudad natal la Carrera de San Silvestre. Estoicamente era un espectador más. Había planeado participar en la carrera pero mi familia se opuso argumentando que se trataba de una fecha muy importante y familiar. Los tenía hartos con mi maldito hobby de corredor; desde su punto de vista no era admisible que hasta el último día del año siguiese corriendo. Me quedé con las ganas y me prometí que para 2013 no faltaría; haría todos los méritos necesarios para obtener permiso de correr.

El año pasó rápidamente tal como mi sueldo se desvanece entre mis manos cada quincena y el 31 de diciembre de 2013 llegó a nuestras poco apacibles vidas.
Luego de correr el  maratón Gatorade en Monterrey a principios de diciembre vino la calma y llevaba tres semanas prácticamente inactivo debido a la carga de trabajo que acompaña cada cierre de año y al hecho de que me había aburguesado, por decirlo de algún modo,  durante mis pequeñas vacaciones y me permití comer mucho y de todo. Si acaso entrené dos o tres veces por semana y a un ritmo francamente suave.

Pasé el día de compras con mi esposa visitando decenas de tiendas por el centro de la ciudad; perdido y atontado entre la bulliciosa multitud navideña  ansiaba llegará la noche para despedir el año corriendo. Mis paisanos sabrían quién soy yo. El hijo prodigo estaba de vuelta.

Presurosamente y muy guapos todos salimos de León destino a mi precioso Guanajuato para pasar el año nuevo con mis padres y hermanos. Como buen perro fiel y obediente me merecía una recompensa; había conseguido mi permiso.
A paso de feligrés que va tarde a misa salí del estacionamiento público de la Alhóndiga de Granaditas y me dirigí a una caseta de turismo que se encuentra en el cruce de la Avenida Juárez y la Calle 5 de Mayo para inscribirme en la justa atlética. Me pareció raro que el registro no tuviese costo. Hacía un poco de frío, no tanto como en la semana, pero si lo suficiente como para extrañar el verano. Me di cuenta de que mi ciudad había sido bombardeada, en el tramo del Mercado Hidalgo el pavimento estaba desparramado mostrando las entrañas de la tierra. Toda el área de salida era una zona de desastre.

Varios corredores que más bien parecían pistoleros del viejo oeste preparándose para un tiroteo embadurnaban sus piernas con olorosa pomada de eucalipto y alcanfor. Me miraron con desprecio como si fuese un forastero y siguieron en sus menesteres. Vi dos chicas muy bonitas entre los competidores y con discreción admire su grácil espalda. No había mucho espacio para calentar así que me fui a la Explanada del Castillo como antiguamente se le llamaba al edificio de La Alhóndiga. Los demás corredores hicieron lo mismo.

El olor a hamburguesas de los puestos de la esquina del otrora Banco Comermex inundó mis pulmones llenando mi mente de lindos recuerdos de mi juventud cuando era un muchacho solitario que al salir de la última función del Cine Reforma podía comer hasta tres grasosas hamburguesas sin engordar un ápice.
El momento había llegado y los corredores se arremolinaban desordenadamente en el punto de salido donde un hombre indicaba hoscamente cual sería el recorrido a la vez que sin ceremonia alguna daba el grito de arranque. No se cantó el himno nacional, no había edecanes, todo era tan espontaneo e informal. Alcance a ver entre los observadores a mi padre que me miró con orgullo, a mi esposa y a mis hijos. No eran muchos los participantes pero yo estaba seguro sería de los primeros. El tropel de bestias cabalgando salió echando fuego y llenando el aire con olor a azufre.

Traté de ganar un buen lugar desde el principio pero los demás eran sustancialmente más rápidos que yo, incluso las mujeres. El adoquín húmedo era muy resbaladizo y mis tenis nuevos marca Brooks resbalaban una y otra vez presagiando una posible caída. Al pasar frente a la Comercial Mexicana hube de pasar sobre una alcantarilla de listones metálicos y mi pierna estuvo a punto de ser atrapada entre sus feroces fauces. En un abrir y cerrar de ojos apareció Tepetapa, la primer pendiente, cortita pero empinada y tapizada de pequeños baches y coladeras. He corrido el Cerro del Gigante, Otates, La Manzanilla entre otros pero nada se parece a correr rampa arriba por una resbaladilla encebada y con zapatos de tacón.

La calle de Tepetapa famosa por su puente es el camino a la antigua Estación de Ferrocarriles y también de noche es una de las más animadas de la ciudad. Podríamos decir que se trata de la ruta turística de cantinas de mala muerte; El Salón Chihuahua, Los Barrilitos, Aquí me quedo, Cuatro Vientos, entre otras. Lo sé no porque las haya frecuentado sino porque en ellas buscaba a mi padre, tíos y hermanos cuando no llegaban a casa.

Todo lo que sube tiene que bajar e inminentemente hube de pasar como bólido desenfrenado por Banqueta Alta; la mojada calle estaba tan oscura como la conciencia de una adultera y había que dar brinquitos para evitar los desniveles centimétricos de sus losetas. El nombre de la calle se debe a que efectivamente la altura de la banqueta es de casi 4 metros en un pequeño segmento.
Ya en Los Pastitos se encuentra la glorieta de Rangel de Alba donde debíamos torear automóviles y camiones ante la indiferente mirada de los oficiales de tránsito que colocados allí para detener el tráfico lo cual obviamente no hacían, a fin de cuentas los conductores los ignoraban.

Para ese momento la gran mayoría de los corredores me habían rebasado y por mas que me esforzaba no podía incrementar mi velocidad tanto por la falta de preparación como un poco por el miedo a un resbalón.  Había decidido correr sin audífonos y la música me hacía falta. Atravesamos el Jardín del cantador y seguimos rumbo a Pardo donde el terreno otra vez subía. Aprendí que las coladeras de listones había que pasarlas de un solo salto así que antes de llegar a ellas era necesario preparar una especie de salto triple para no perder el paso. Regresamos al punto de salida y los aficionados nos vitoreaban; alcance a oír a mi esposa gritar - ánimo Frank - pero no pude ver nada, iba como caballo con anteojeras.

Venía lo más difícil, empinado y oscuro; la subida hasta el barrio de San Javier pasando por Dos Ríos donde concurren los caminos a las discotheques de los 80’s; Sancho’s y Galeria’s lugares que visitaba con mis amigos nerds cada jueves en mis tiempos de facultad. Justo en el punto de cruce había otra disco llamada La Noria en la cual se llevaban a cabo concursos de baile Menudo alla por 1983; mis amigos y yo fuimos Menudos de closet; “súbete a mi moto …”
Contrariamente a lo que me sucede en León, en la subida no rebasé a nadie y si en cambio el dolor de caballo amenazó con cocearme el costado izquierdo. De pronto escuché un fuerte jadeo de alguien que tras de mi venía “echando el bofe”. – No dejaré que me alcance – me dije y traté infructuosamente de apretar el paso. El tipo no se despegaba de mí; lo sentía como calcomanía pegado a mí. No aguanté y voltee a verlo; no era nadie, tampoco era un espectro, una momia o la llorona. Era yo mismo el que emitía esos sonidos y que al no traer mis audífonos pude escuchar claramente.

El retorno estaba casi al llegar al Castillo de Santa Cecilia y di gracias a Dios por la inversión de sentido que me permitiría recuperarme. Nuevamente de bajada aunque no tan pronunciada como la anterior pude sentir como mis piernas me reclamaban el tremendo castigo al que las estaba sometiendo; me dolían los tobillos, las rodillas y los muslos. Éramos tan pocos corredores que parecía que iba yo solo. Al llegar a la Jefatura de Policía un estúpido agente de tránsito me gritó que me moviera porque los autos sonando ruidosamente su claxon exigían el paso; y pensar que yo presumo a mi ciudad como icono de cultura, respeto y amabilidad.
De nuevo pasé junto a los puestos de hamburguesas en la salida – meta donde mi familia y os demás espectadores echaban porras. El circuito era a dos vueltas y apenas llevaba una. Me pareció cruel e innecesario pasar cinco veces por el mismo lugar exhibiendo mi baja condición y mi menor nivel comparado con el de los demás participantes. – Ánimo Frank, échale, vas muy bien – me gritó mi querida esposa.

Di la segunda vuelta en estado zombi y solo recuerdo al bajar por banqueta Alta como brincaban erráticamente mis órganos  vitales, corazón, pulmones, riñones, hígado, páncreas e intestinos dentro de la mochila – maleta en la que me había convertido. La sangre subía y bajaba a toda presión por mi cuerpo buscando una vía de escape, estaba seguro que si sufría una caída me haría pedazos como una sandía pintando de rojo el pavimento. El ganador llegó a la meta justo cuando yo pasaba por allí por cuarta vez; era un chico de unos 20 años veloz como un camaro que presumía su excelente carrocería.
Subí y volví a bajar entre vapores de ácido sulfúrico y al final logré rebasar a un padre de familia gordito y con tenis de basket ball  que corría con su hijo; al chiquillo de unos 14 años no lo pude alcanzar pero por lo menos sentí el placer de vencer a un contrincante.

Caminé unos metros para recuperar mi respiración y vi los rostros de los vaqueros limpiando sus revólveres que no se dignaban a verme mucho menos a saludarme; son muy fregones, no cabe duda. Mmm, - ya quisiera verlos en un maratón, malditos - pensé, pero enseguida borré ese pensamiento de mi cabeza; somos paisanos y son mucho mejores que yo hay que reconocerlo. No hay pretextos; ni la edad, ni la falta de entrenamiento, ni el terreno; hice lo que pude.
Mi chiquita corrió a mis brazos, me besó en la mejilla saboreando mi sudor y me dijo quedamente al oído, - llegaste en el lugar 45 papi -. No estuvo mal, fueron 54 corredores y mi tiempo fue de 35:03 (7K). Me pareció escuchar a lo lejos entre el tronido de los cohetes la risa burlona de un amigo que en cada carrera lucha a brazo partido por no ser el último.

Después me dijo un arriero
que no hay que llegar primero
pero hay que saber llegar

                   José Alfredo Jiménez


 Canción para este día; A Partir de Mañana (Alberto Cortéz)
[sugiero escucharla casi a la media noche, por aquello de la maldita postergación]

A partir de mañana empezaré a vivir una vida más sana;
es decir, que mañana empezaré a rodar por mejores caminos





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